Siempre la notábamos cuando caminábamos por el parque

Siempre la notábamos cuando caminábamos por el parque, una mujer anciana sentada en el mismo banco, viendo el amanecer. Siempre la notábamos cuando caminábamos por el parqueEra como si ella estuviera en otro mundo, tan tranquila, tan serena. A menudo nos preguntábamos por su historia. ¿Quién era ella? ¿Por qué se sentaba allí todos los días al amanecer? Su rostro, marcado por los años, reflejaba una paz interior que parecía inalcanzable para muchos de nosotros, atrapados en la rutina del día a día.

Un día, la curiosidad nos pudo y decidimos acercarnos. Queríamos saber más sobre ella, sobre su vida, sobre esa calma que transmitía en medio de la agitación de la ciudad. Nos acercamos al banco, y ella nos miró con una sonrisa cálida y acogedora, como si no fuéramos extraños, como si ya nos conociera.

Siempre la notábamos cuando caminábamos por el parque

“Hola,” dijo con una voz suave pero llena de vitalidad. “¿A qué hora se levantan ustedes para ver el amanecer?”

Le sonreímos, sorprendidos por su amabilidad, y nos presentamos. Después de un rato de charla ligera, decidimos preguntarle sobre su tiempo en ese banco, en ese parque. Ella nos miró fijamente, como si estuviera recordando algo muy lejano, algo que le causaba nostalgia.

Siempre la notábamos cuando caminábamos por el parque

“Este banco es donde lo conocí,” dijo con una voz suave, pero firme, como si esas palabras estuvieran guardadas en su corazón desde hacía muchos años. “Aquí, en este banco, vimos juntos el amanecer durante 50 años.” Sus ojos brillaban con una luz especial, como si pudiera ver a su esposo, aunque él ya no estuviera físicamente a su lado.

Nos contó cómo, hace muchos años, había conocido a su esposo en ese parque, en ese mismo banco. Él, un joven lleno de sueños y ambiciones, había llegado al parque una mañana soleada para hacer ejercicio, y allí la había visto por primera vez. En ese momento, los dos sabían que algo especial estaba sucediendo, aunque no lo pudieran describir con palabras. Todos los días, desde entonces, se encontraban en ese banco para ver el amanecer, para compartir sus sueños, sus esperanzas, sus miedos. Con el paso de los años, el parque se convirtió en su lugar especial, el lugar donde compartieron risas, abrazos y, con el tiempo, lágrimas.

Siempre la notábamos cuando caminábamos por el parque“La vida nos dio tantos momentos juntos aquí,” dijo ella, mirando al horizonte como si pudiera ver su vida entera pasar ante sus ojos. “Cada amanecer era un regalo. Era nuestra forma de decirnos, sin palabras, que cada día juntos era un nuevo comienzo.”

Mientras nos hablaba, pudimos ver lo mucho que su esposo significaba para ella, incluso después de tanto tiempo. La tristeza por su partida era palpable, pero también lo era el amor que aún sentía por él, un amor que sobrevivió al paso de los años y que, en sus palabras, seguía tan vivo como el primer amanecer que compartieron juntos.

“Él ya no está aquí,” dijo ella, con una leve sonrisa triste, “pero cada amanecer me recuerda a él, a lo que tuvimos.”

A medida que hablaba, nos dimos cuenta de que esta mujer, que parecía tan ajena al mundo exterior, en realidad llevaba consigo un amor tan profundo, tan eterno, que nos hizo reflexionar sobre nuestras propias vidas y relaciones. A veces, la vida nos lleva por caminos que no entendemos, y nos olvidamos de lo importante que es disfrutar de las pequeñas cosas, como un amanecer compartido con alguien a quien amamos.

Siempre la notábamos cuando caminábamos por el parque

Al día siguiente, volvimos al parque, con la intención de saludarla de nuevo. Pero, para nuestra sorpresa, ella no estaba en el banco. Miramos a nuestro alrededor, preguntándonos si la habríamos perdido de vista. Pasaron los días, pero ella nunca volvió. La extrañamos, pero al mismo tiempo, sentimos que su presencia había dejado una huella indeleble en nuestros corazones.

Con el tiempo, decidimos colocar una placa en el banco, en honor a la mujer que nos enseñó a valorar cada amanecer, a recordar que la vida es efímera y que cada día es una nueva oportunidad. La placa decía: “Para la mujer que nos enseñó a atesorar cada amanecer.”

A veces, todavía nos sentamos en ese banco, mirando al horizonte, pensando en ella, en su historia, en su amor eterno. Y cada vez que el sol comienza a elevarse, sentimos que, de alguna manera, ella sigue allí, observando el amanecer junto a su esposo, compartiendo su amor en un lugar que siempre será suyo.

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