El matrimonio de Angelica, aparentemente perfecto, se desmoronó en su reunión de exalumnos de la escuela secundaria después de que una vieja amiga revelara un sorprendente secreto sobre su esposo, Tom. Devastada, Angelica ahora debe enfrentarlo y decidir cómo seguir adelante con su vida.
Mi nombre es Angelica, y aún recuerdo la primera vez que conocí a Tom en la escuela secundaria. Desde el principio, todos sabían que estábamos destinados a estar juntos. Ambos veníamos de familias acomodadas, viviendo una vida de comodidad y privilegio.
“Somos como un cuento de hadas”, decía Tom a menudo, sonriéndome.
Después de la universidad, nos casamos y construimos una hermosa casa juntos. Fuimos bendecidos con dos hijos maravillosos, Emma y Jack. Nuestra vida estaba llena de vacaciones familiares, cenas elegantes y reuniones sociales.
“Nuestra casa parece un sueño”, le decía a menudo a Tom. “Me encanta nuestra vida.”
“Yo también, Angelica”, respondía Tom. “Somos muy afortunados.”
Los fines de semana los pasábamos jugando con los niños en nuestro jardín, organizando parrilladas para amigos y familiares, y disfrutando de tranquilos atardeceres juntos. Un sábado, mientras asábamos hamburguesas, Emma y Jack corrían jugando al “pilla-pilla”. Tom me miró y dijo: “No cambiaría esto por nada.”
“Yo tampoco”, respondí, sintiéndome feliz.
A los ojos del mundo, éramos la pareja perfecta. Rara vez discutíamos, siempre apoyábamos las ambiciones del otro y parecía que teníamos todo lo que uno podría desear en un matrimonio.
Nuestros amigos a menudo nos decían lo afortunados que éramos. Envidiaban nuestra historia de amor, que parecía salida de una película romántica. Frecuentemente escuchaba comentarios como: “Ustedes son la pareja perfecta” y “Ojalá mi matrimonio sea tan fuerte como el de ustedes.”
Luego, un día, recibimos una invitación para nuestra reunión de exalumnos de la escuela secundaria. Habían pasado diez años desde la última vez que vimos a nuestros compañeros de clase, y no podíamos esperar para ponernos al día con viejos amigos.
“¿Puedes creer que han pasado diez años?” preguntó Tom, mirando la invitación.
“Se siente como si fuera ayer”, respondí, con emoción. “Será divertido ver a todos otra vez.”
Pasamos las siguientes semanas hablando sobre la reunión, recordando nuestros días de escuela secundaria y preguntándonos qué había sido de los demás.
“¿Crees que Sarah estará allí?” le pregunté a Tom una noche.
“Espero que sí”, dijo él. “Sería genial verla de nuevo.”
Finalmente, llegó la noche de la reunión. Entramos al lugar, con emoción en el aire. La sala estaba decorada con fotos antiguas y colores escolares. Las risas y las conversaciones llenaban el espacio mientras saludábamos a viejos amigos.
“¡Angelica! ¡Tom!” alguien nos llamó. Nos volteamos y vimos a Sarah, una vieja compañera de clase de un origen humilde, que había sido cercana a nosotros durante nuestros años de escuela.
“¡Sarah! Qué bueno verte”, le dije, abrazándola fuertemente.
“La he extrañado mucho”, respondió Sarah, sonriendo cálidamente.
Mientras poníamos al día, Sarah nos mostró fotos de sus hijos. “Ellos son mi orgullo y alegría”, dijo, con los ojos brillando de orgullo.
“Son hermosos”, dije, sonriendo. “¿Cuántos años tienen ahora?”
“Emily tiene ocho, y Joshua tiene diez”, respondió Sarah, sonriendo. “Me mantienen ocupada, eso seguro.”
Tom miró las fotos y dijo: “Debes estar muy orgullosa, Sarah.”
“Lo estoy”, dijo ella, con voz llena de amor. “Ellos significan el mundo para mí.”
Al observar más de cerca las fotos, mi corazón se detuvo. Allí, en el cuello del hijo mayor de Sarah, Joshua, había una marca de nacimiento distinta, idéntica a la que tenía mi esposo. Una oleada de náuseas me invadió. Parpadeé, esperando que estuviera imaginando cosas, pero la marca de nacimiento seguía allí. Era inconfundible.
Tom se alejó para ponerse al día con sus viejos amigos, dejándome sola con Sarah. Mi mente corría a mil por hora. Traté de mantener la calma, pero no pude sacudirme la sensación de que algo estaba terriblemente mal.
“Sarah”, comencé, mi voz apenas un susurro, “¿puedo preguntarte algo?”
“Claro”, respondió ella, con los ojos abiertos de par en par.
“Esa marca de nacimiento… en el cuello de Joshua. Es igual a la de Tom. Es una gran coincidencia, ¿no?” dije, tratando de sonar casual, pero mi corazón latía con fuerza en mi pecho.
Sarah me miró, los ojos llenos de tristeza y arrepentimiento. “Angelica, ya no puedo mentir más. En la escuela secundaria, Tom y yo… tuvimos un romance. Fue breve, y ambos lo lamentamos. Pero luego me enteré de que estaba embarazada.”
Sentí como si el aire hubiera sido succionado de la habitación. “¿Embarazada?” susurré, apenas pudiendo articular las palabras.
Sarah asintió, con lágrimas llenando sus ojos. “Sí. Cuando se lo dije a Tom, se sorprendió. No sabía qué hacer, así que se lo contó a sus padres. Todos decidieron que lo mejor era mantenerlo en secreto. Me ofrecieron una gran suma de dinero y aceptaron proporcionarme apoyo informal hasta que Joshua cumpliera 18 años, a cambio de mi silencio. No querían perderte como nuera, viniendo de una familia tan noble y rica.”
La miré fijamente, tratando de procesar lo que escuchaba. “Entonces… ¿Joshua es hijo de Tom?” Mi voz temblaba, y sentí un nudo en la garganta.
“Sí”, respondió Sarah, su voz quebrada. “Lo siento mucho, Angelica. No quería hacerte daño. Pensé que esta era la mejor manera de manejarlo en ese momento. Pero vivir con este secreto me ha devorado por dentro.”
Sentí como si el suelo se hubiera hundido bajo mis pies. Las lágrimas caían por mi rostro mientras trataba de comprender la traición. Sin decir una palabra más, me levanté y me alejé, mi corazón destrozado.
Y lo inesperado sucedió. Cuando salí de la sala, tropecé y caí de bruces. Cuando me levanté, Tom estaba frente a mí, con una sonrisa extraña en su rostro. “Angelica,” dijo suavemente, “he estado esperando este momento. La verdad es que Joshua es mío… pero no el único secreto que tengo.”