Hace un año, mi esposo de 25 años, Owen, falleció repentinamente —un infarto, sin previo aviso. Siempre decía que estaría aquí para largo, pero la vida tenía otros planes. Cada domingo, visito su tumba para sentirme conectada con él.
Pero algo empezó a sentirse raro.
Una tarde, encontré huevos crudos aplastados sobre la lápida de Owen. Pensé que debían ser niños jugando, pero volvió a suceder. Y otra vez. Cada vez, lo limpiaba, preguntándome por qué alguien desentonaría una tumba, un lugar de paz.
La seguridad del cementerio no ayudó. Me dijeron que hiciera reportes, pero nada cambiaba.
Una mañana, un año después de que Owen falleciera, no pude dormir. Decidí visitar su tumba antes del amanecer. El aire estaba fresco, el mundo en calma, y por un momento, sentí paz —hasta que lo vi.
Las cáscaras de huevo. Y una figura junto a su tumba.
Ella estaba de pie, con un huevo en la mano, lista para lanzarlo. El crack resonó en el silencio. Ya no lo soportaba más.
“¿QUÉ ESTÁS HACIENDO?” grité, corriendo hacia ella.
Ella se congeló y se giró lentamente.
“¿TÚ… HAS SIDO LA QUE HA HECHO ESTO?” le pregunté, casi gritando. “¿POR QUÉ?”
Madison, mi hermana, me miró, pálida, con los ojos abiertos de par en par. Sus dedos temblaban mientras aún sostenía el huevo. Con voz áspera y baja, dijo: “¿Por qué estás aquí?”
“¡TÚ!” Perdí los nervios. “¡Has sido tú la que ha hecho esto!”
Ella torció el rostro. “No lo entenderías.”
“Inténtalo,” le dije, dando un paso hacia ella.
Se rió amargamente. “¿No piensas que él era perfecto? El padre cariñoso, el esposo devoto. Estuviste engañada por ese tipo durante años.”
“¿De qué estás hablando?” Mi voz se rompió.
La mirada de Madison atravesó la mía. “Tuvimos un romance. Emma, cinco años. Cinco años. Me prometió todo, un futuro, dinero. Pero no recibí nada cuando él falleció. Todo era para ti y tus queridos hijos.”
La tierra pareció desvanecerse bajo mis pies. “No,” murmuré. “Estás mintiendo.”
En ese momento, vi que Madison no solo estaba furiosa. Sostenía una carta arrugada entre sus manos, una carta que nunca había visto antes. La extendió hacia mí.
“Es la verdad”, dijo, sus ojos llenos de lágrimas. “Y ahora, ya nada puede cambiar.”
Al abrir la carta, descubrí que Owen había dejado una pequeña fortuna para ella, además de todo lo que me había dejado a mí.